“El
Elefante” de Cesar Dávila Andrade es un texto que narra la anécdota de Antonio
Andrade y Alvear. Andrade es un funcionario público “orgulloso, incorruptible,
insobornable”[1]
que es ascendido a Inspector de una Comisaría Municipal de Mercados. Andrade va
a su primer día de trabajo y acepta una porción de hornado de una vendedora del
mercado. Después de comer un bocado, lo escupe y va a su casa a resolver un “asunto
muy urgente”. Cuando llega, comienza a regañar a su esposa e inclusive blasfema
contra su hija hasta que ambas comienzan a llorar. Al final del relato, Andrade
saca con un alfiler un pequeño pedazo de carne que se había quedado entre sus
muelas y exclama ¡Salió EL ELEFANTE! Analizaremos el cuento de Dávila Andrade
bajo las luces del estructuralismo y del formalismo ruso, en base al capítulo
Estructuralismo y Semiótica de Terry Eagleton y al texto de Boris Eichenbaum “Cómo
está hecho El Capote”.
El
Elefante se divide en dos apartados, cada uno de ellos corresponde a un
ambiente diferente, el primer apartado comienza cuando Alvear es ascendido,
pasa por el agasajo suburbano, y se desarrolla, en su mayoría, en el Mercado
del Sur. Podemos afirmar entonces que el primer apartado ocurre en el ambiente
laboral, público. El segundo apartado empieza cuando Alvear sale del mercado y
se dirige a su casa, hasta el final del cuento. Aquí, en cambio, todo se desarrolla
en un ambiente privado. Si partimos del enfoque gramatical de Todorov, el
sustantivo de la obra es Antonio Andrade y Alvear, el adjetivo es su forma de
ser, incorruptible hasta el absurdo, y los verbos que encontramos son ascender,
emborracharse, inspeccionar, comer, enojarse, extraer, en ese orden.
Para
analizar el texto también utilizaremos el cuadro actancial de Greimas e identificaremos
las unidades individuales más importantes en el texto, es decir, los actantes
que en él se engloban. El sujeto de la obra es Antonio Andrade y Alvear, y el
objeto es cumplir con su trabajo de manera incorruptible, como él mismo afirma,
sin aceptar “ni una sola hoja de lechuga”. El oponente para cumplir su trabajo
a cabalidad es el malestar que le produce el pedazo de carne que se queda entre
sus molares y el ayudante es el alfiler que encuentra en su casa. El destinador
de la acción podría ser el orgullo de ser ascendido por mérito propio después
de veinte años de espera, y el destinatario es el mismo sujeto, es decir,
Alvear.
A
más de esbozar un diagrama de los actantes en el relato de Dávila Andrade, también
es posible analizar las relaciones entre las diferentes unidades dentro de la
obra. Aquí cabe resaltar que para un análisis estructuralista bien podemos
estar hablando del inspector Andrade y su entorno como de un león, un niño o
una deidad, siempre y cuando las relaciones entre estructuras se mantengan
iguales. En este caso, la primera unidad de significado sería el ascenso de
Andrade a inspector por sus méritos propios, que se representa como una elevación
desde abajo hacia arriba. Todo lo que viene después se da en un eje vertical,
donde Andrade y Alvear está arriba y los inspectores, las vendedoras están
debajo. Hay una escena que claramente demuestra esta relación entre unidades, al final del primer apartado, cuando Andrade
regaña a la vendedora Rosa Alvarado porque su gorra está “más negra que su
conciencia”[2].
En el segundo apartado, Andrade también se encuentra en una posición de
superioridad ante su esposa e hijas por ser la cabeza del hogar y quien les da
sustento económico. En este caso, Andrade se aprovecha de su posición para
desembocar su ira contra la hija coja, como una forma de abuso de poder del de
arriba contra el de abajo, lo mismo ocurre cuando reprocha a su esposa por
haber comprado vasos. Al final, cuando Andrade saca la hilacha de carne de su
boca, se reconcilia con su hija llegando de nuevo a un irónico equilibro.
Existen
muchos otros elementos del estructuralismo que encontramos en el texto, por
ejemplo, en este caso, el “orden” es cronológico, por lo tanto la historia y el
argumento coinciden en términos de temporalidad. Genette también hace
distinciones entre “perspectiva” y “distancia” dentro de la categoría de “disposición”,
en el caso de este relato, la historia se cuenta con una combinación entre
diégesis y mímesis, pues el narrador cuenta la anécdota en estilo indirecto,
pero también existen diálogos directos con Rosa Alvarado, con la hija coja y con
Matilde, la esposa de Andrade. El narrador del cuento es heterodiegético porque
no es un personaje del relato, y el narrador es omnisciente, cuenta un relato “no
enfocado”.
Ahora
bien, el texto también puede ser deconstruido, y analizado por partes en
relación a su estructura formal y el lenguaje que contiene. A través del primer enunciado ya notamos un
grado de ironía por parte del mismo narrador: “A veces –y esto es raro–, se
asciende por puro merecimiento”[3],
afirma. En varias secciones de la obra el narrador se lanza a dictar algunos
juicios de valor sobre lo que ocurre en paréntesis o entre guiones, por
ejemplo, un poco más adelante, utiliza un paréntesis para justificar la
embriaguez de Andrade: “(¡Pero es que había esperado veinte años para ascender!)”[4].
Al inicio del segundo apartado el narrador también utiliza un paréntesis, en
este caso, de manera irónica hacia el comportamiento de Andrade, en una forma
de restarle importancia a su “(asunto muy urgente)”[5].
A
más de todo esto, el nombre Antonio Andrade y Alvear es en sí mismo una
aliteración donde la repetición de fonemas es evidente. Dávila Andrade juega
con las iniciales, A. A. y A, con las tres aes que eran para el Inspector una
forma de expresión de su orgullo. En algunas ocasiones, el mismo narrador se
burla de la soberbia del Inspector, que se engrandece por haber sido ascendido,
inclusive habla del “abracadabra de su hombría de su orgullo”[6]. Existen
dos elementos que son un leitmotiv en el primer apartado para burlarse de la
condición de Andrade: el “cansancio oficinesco” y la frialdad de corazón.
A
pesar de que la narración utiliza conjugaciones verbales antiguas como “sentíase
cansado” o “entiesóle notoriamente el cuello”, también hace uso del lenguaje
coloquial de las vendedoras del mercado: “¡Señor Andrade, qué felices mis ojos
que le ven! ¡Le esperábamos desde hace tiempísimos! […] ¡Sírvase un pedacito de…algo!”[7].
Con estas formas verbales Dávila Andrade logra establecer una contradicción de
lenguajes que encaja con el tono irónico y grotesco del texto en general. Para
acentuar este tono, el texto también tiene algunas anáforas que inclusive
parece una exageración del mismo concepto, por ejemplo, al inicio, el narrador
afirma que Andrade “Barrería con todas las deshonestidades, lo sucio, lo
sospechoso, lo magullado, lo maloliente, lo pútrido, lo corrupto, lo dañino, lo
infecto, lo pernicioso, lo insalubre, lo antihigiénico”[8]. Lo
mismo ocurre más adelante cuando Andrade comienza a inspeccionar los diferentes
productos del mercado.
Referencias:
Dávila
Andrade, C. (1984). Obras Completas RELATO. Quito:
Pontificia Universidad Católica del Ecuador Sede en Cuenca, Banco Central del
Ecuador.
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