Dialéctica del Iluminismo – Max Horkeimer & Theodor Adorno



Resumen: 

El iluminismo nació confiado en el progreso, en la ciencia, y en la posibilidad de que el ser humano dominara la naturaleza y a los otros seres humanos. Para ello tenía que eliminar cualquier resabio de pensamiento mágico-religioso anterior. Saber, poder y ciencia están interrelacionados. Pero se trata de un saber técnico, instrumental. El iluminismo se despojó de una mirada crítica o autoconsciente. Persiguió como superstición –lo cual contradice su vocación cientificista- la pretensión de verdad de los universales, por ello el iluminismo es totalitario.
El iluminismo ha proyectado la subjetividad humana sobre la naturaleza. El ideal del iluminismo es el sistema, dentro del cual se deduce todo. El número se convierte en canon del iluminismo y en la sociedad burguesa todo es equiparable. Los propios mitos son refuncionalizados a una concepción que divide el logos de la masa de la cosas. Y los dioses y los hombres se asemejan cada vez más como amos de todo. El mito perece en el iluminismo y la naturaleza en la pura objetividad. La ciencia universal, que se separa de los objetos, ha sustituido definitivamente a la magia, la cual nunca intentó dominar al mundo, pero sí la ciencia.
Así, mientras los mitos cumplen una obra iluminista, el iluminismo se hunde en la mitología puesto que la explicación de todo acaecer como repetición que el iluminismo sostiene contra la fantasía mítica, es el principio del mito. El iluminismo destruye lo inconmensurable. El iluminismo implica una constricción social que se evidencia en el fascismo y nazismo.
La separación del objeto y sujeto, premisa de la abstracción se funda en la separación del amo respecto de la cosa que logra gracias a su servidor. El concepto es un producto del pensamiento dialéctico puesto que cada cosa es lo que es solo en la medida en que se convierte en lo que no es. En el lenguaje se produce también una división del trabajo, como signo la palabra pasa a la ciencia y como sonido e imagen a todas las artes. Pero aún el arte, a través de sus técnicas, se ha lanzado a la ciencia positivista.
Reforma y contrarreforma fueron la realización del principio de la fe, que se convierte en la astucia de la modernidad. Y en el siglo XX su irracionalidad se transfigura en racionalidad de los iluminados que conducen a la barbarie –nazismo-. La colectividad y el dominio se imponen como opresión de la sociedad. En la imparcialidad del lenguaje científico la impotencia ha perdido su fuerza de expresión. El iluminismo identifica el pensamiento con las matemáticas.
No es la realidad la que carece de esperanza sino el saber que se apropia de la realidad como esquema y así la perpetua. Se provoca un extrañamiento del hombre con las cosas, con otros hombres y consigo mismo. La minoría que manda garantiza la supervivencia del todo. El trabajo humano se ha alejado también del mito para recaer en el poder del dominio. El trabajador
reproduce con su propia vida la vida del opresor, que no puede salir ya de su papel social. El goce artístico y el trabajo manual se separan a la salida de la prehistoria. El propietario está alejado de la cosa porque no la trabaja y los trabajadores  a su vez no pueden gozarla porque tienen restricciones.
Aún en el socialismo se ha creído que la relación de la necesidad con el reino de la libertad sería puramente cuantitativa, mecánica, y la naturaleza, alienada, se convertiría en totalitaria y terminaría por absorber a la libertad junto con el socialismo.
La industria cultural: La civilización actual concede a todo un aire de semejanza. Film, radio y semanarios constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí y todos entre ellos. La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter forzado de la sociedad alienada de sí misma. La constitución del público, forma parte del sistema y no lo disculpa. . Las diferencias de valor preestablecidas por la industria cultural no tienen nada que ver con diferencias objetivas, con el significado de los productos. También los medios técnicos tienden a una creciente uniformidad recíproca. Para el consumidor no hay nada por clasificar que no haya sido ya anticipado en el esquematismo de la producción. En la industria cultural confirmar el esquema, mientras lo componen, constituye toda la realidad de los detalles. La industria cultural trata de la misma forma al todo y a las partes. El mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cultural. La atrofia de la imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural contemporáneo no tiene necesidad de ser manejada según mecanismos psicológicos. La industria cultural, a través de sus prohibiciones, fija positivamente -al igual que su antítesis, el arte de vanguardia- un lenguaje suyo, con una sintaxis y un léxico propios.
El estilo de la industria cultural, es al mismo tiempo la negación del estilo. La conciliación de lo universal y lo particular, regla e instancia específica del objeto carece de valor porque no determina ya ninguna tensión entre los dos polos: los extremos que se tocan quedan traspasados en una turbia identidad, lo universal puede sustituir a lo particular y viceversa. El concepto de estilo auténtico queda desenmascarado en la industria cultural como equivalente estético del dominio. En toda obra de arte el estilo es una promesa , la pretensión del arte es siempre también ideología.
La industria cultural, en suma, absolutiza la imitación. Reducida a puro estilo, traiciona el secreto de éste, o sea, declara su obediencia a la jerarquía social. El sistema de la industria cultural surgió en los países industriales más liberales. Las masas tienen lo que quieren y reclaman obstinadamente la ideología mediante la cual se las esclaviza. La totalidad de la industria cultural consiste en la repetición. La industria cultural sigue siendo la industria de la diversión. De tal forma la cantidad de la diversión organizada se transfiere a la calidad de la ferocidad organizada. El placer de la violencia hecha al personaje se convierte en violencia contra el espectador, la diversión se convierte en tensión. La industria cultural defrauda continuamente a sus consumidores respecto a aquello que les promete. El principio impone presentar al consumidor todas las necesidades como si pudiesen ser satisfechas por la industria cultural, pero también organizar esas necesidades en forma tal que el consumidor aprenda a través de ellas que es sólo y siempre un eterno consumidor, un objeto de la industria cultural.

Dávila Andrade: sus obsesiones y símbolos – Agustín Cueva



Resumen: 
 
Agustín Cueva define la obra de Dávila Andrade como una excepción en la literatura ecuatoriana, pues sus relatos no se construyen con base en la realidad social sino que representan  un “sentimiento de pesadez biológica”. Así, las tensiones no se dan entre personajes sino dentro de cada personaje. Cueva indaga en las obsesiones simbólicas de Dávila Andrade a lo largo de los trece relatos, enfocándose principalmente en lo orgánico y lo inorgánico. Dávila Andrade juega con la descomposición de lo vivo y al mismo tiempo con la perdurabilidad de lo inerte. Cueva construye un esquema de oposiciones positivas y negativas donde clasifica las características de la obra de Dávila, de esta forma Cueva afirma que la muerte es un crimen de lesa carne, que el aguardiente es una medicina fogosa y que la obesidad es una característica de las mujeres en la obra de Dávila Andrade. Cuando comienza a analizar El cóndor ciego, Cueva define al cóndor como un “eslabón entre lo animal y lo mineral”, para Cueva el cóndor es por su parte una perdurabilidad animada, que tiene conciencia pero al mismo tiempo es mineral. Los cóndores también representan derrota del espacio y del tiempo porque escapan a la descomposición, a la podredumbre. El cóndor es “viviente, humanizado, incorruptible, imperecedero”, el cuento de Dávila Andrade no es solo un relato sino también un mito, que perenniza el símbolo de la ecuatorianeidad. En las obras de Dávila Andrade la relación sexual y romántica con la mujer es la relación con la madre, y los templos e iglesias son refugios. Finalmente el texto de Cueva señala que en la obra de Dávila Andrade Dios no existe a menos de que el hombre lo cree para sí mismo. Para Cueva, los relatos de Dávila no oponen lo humano y lo animal, el alma y el cuerpo, sino que estos elementos coexisten.