La República – Platón (II, III, X)



II:
El segundo libro de La República de Platón se desarrolla en el contexto de un diálogo entre Sócrates –que tiene el rol de profesor– y los hermanos Glaucón y Adimanto que parecen ser sus pupilos. El tema a tatar es la justicia, y en primer lugar, Glaucón expone los argumentos de quienes defienden la injusticia, él afirma que “nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente”, así Glaucón expone la teoría de que los hombres creen que la injusticia es más ventajosa que la justicia. Según Glaucón, un hombre que lleva una vida de injusto y sale con honores, lleva una vida más feliz que un hombre justo que es injustamente castigado por ello. Luego interviene Adimanto y alega que el ser injusto llega a ser más amado por los dioses porque aparenta justicia, y hace una reflexión sobre la apariencia y la realidad: “¿Qué razones nos quedarían, pues, para preferir la justicia a la suma injusticia cuando es posible hacer ésta compatible con una falsa apariencia de virtud y lograr así de dioses y hombres todo cuanto deseemos en este mundo o en el otro[…]?”, finalmente Adimanto plantea que nadie es justo por voluntad sino porque alguna condición física le imposibilita ser injusto.
Adimianto pide a Sócrates que reflexione no solo sobre la justicia como un bien sino en los efectos que esta produciría. Sócrates, entonces, expone el concepto de la “justicia de una ciudad entera” y analiza el objeto mayor (ciudad entera), para luego realizar deducciones sobre el hombre en particular. Sócrates parte del principio de que cada ciudadano se puede dedicar solamente a un oficio, y afirma que una ciudad se forma porque las necesidades de muchos hombres se juntan –alimento, habitación, vestido–. Sócrates habla de la aparición de labradores, comerciantes, asalariados, zapateros, tejedores, etc, y luego expande a la ciudad y le proporciona pintores, bordadores, comida por doquier, camareras, peluqueros, cocineros, etc. Para Sócrates, la ciudad deberá entrar en guerra con los vecinos por deseo de más riqueza y tierra, por tanto habría necesidad de un ejército y también de guardianes de la ciudad.
Sócrates afirma que la ciudad ideal también habría de tener “poetas y sus auxiliares, tales como rapsodos, actores, danzantes y empresarios”, cuyo fin sería educar a los guardianes de la ciudad a través de sus relatos. Sócrates reflexiona entonces sobre las fábulas, donde “el principio es lo más importante” para poder moldear la mente de los niños, y concluye que es necesario vigilar a los forjadores de mitos y escoger selectivamente los temas que los niños aprenderán y rechazar los que van en contra de los valores de la sociedad. Entre las funciones que cumpliría un relato está reproducir al dios tal y como es, la divinidad solamente es autora de las cosas buenas, “que ningún poeta nos hable de que los dioses, que toman tan varias figuras, las ciudades recorren a veces en forma de errantes peregrinos, ni nos cuente nadie mentiras acerca de Proteo y Tetis[…]”. 


III:

En el tercer libro, Sócrates, Glaucón y Adimanto siguen tratando el tema de la literatura en la nueva república que están creando. En primer lugar, Sócrates expone la necesidad de que los guardianes desarrollen valentía. Por lo tanto, es necesario que se omita todo tipo de literatura que denigre el Hades –infierno–, con el fin de que los guardianes no tengan miedo de morir, según Sócrates, “cuanto mayor sea su valor literario (de una poesía), tanto menos pueden escucharlos los niños o adultos que deban ser libres”. Los guardianes tampoco podrán escuchar o leer sobre hombres honrosos que se lamenten, pues esta es una práctica que caracteriza a las mujeres de poca dignidad, esto causaría que, muchos de los versos de Homero deban ser prohibidos. Otro tema que la enseñanza de los guardianes debe omitir es la risa exagerada, “No será admitida, por tanto, ninguna obra en que aparezcan personas de calidad dominadas por la risa; y menos todavía si son dioses”. Los textos y obras teatrales también deben inculcar templanza en los guardianes de la república, así, ellos podrán aprender a obedecer a sus superiores y exigir obediencia ante sus inferiores. La avidez de riqueza y la deshonestidad también se debe abolir, por ello, relatos como el de Aquiles no deben existir de ninguna manera en la ciudad ideal. Los poetas y cuentistas no deberán, bajo ningún concepto, escribir relatos sobre hombres injustos que hayan tenido una vida virtuosa o de hombres justos que hayan sido denigrados. Más adelante, Sócrates expone los diferentes tipos de narración: simple, imitativa, o una mezcla de ambas. Después de ocuparse de los temas que deben tratar los textos de enseñanza de la sociedad ideal, Sócrates establece que los textos deben tener más narración que imitación para servir a los fines de la república.
El libro III de la República no se limita a establecer límites a la literatura de la ciudad ideal, sino que también establece parámetros que debe seguir la música. El filósofo concluye que se deben evitar las armonías que promuevan lamentos o pereza y se deben eliminar todos los instrumentos excepto por la lira y la cítara. Los ritmos deben promover también una “vida ordenada y valerosa”, de la misma forma “hay que ejercer inspección sobre los demás artistas e impedirles que copien la maldad, intemperancia, vileza o fealdad en sus imitaciones”.  Sócrates también prohíbe el amor erótico en la sociedad ideal y promueve la gimnasia, sin embargo, es necesario evitar excesos para no crear hombres que se preocupen solamente por su contextura física.
Otro tema que se trata en el tercer libro es la existencia de médicos y jueces en la república. Sócrates afirma que los jueces deben ser hombres viejos y con experiencia, que hayan visto la justicia y la injustica. Por su parte, la medicina debe ser muy limitada porque no habrá gran necesidad de utilizarla si los ciudadanos son sanos en cuerpo y alma. Finalmente, Sócrates reflexiona sobre la importancia de que los gobernantes de la ciudad salgan de las filas de guardianes, pero deben haber sido los más destacados y haber atravesado una serie de pruebas morales desde su infancia para determinar si son aptos para tomar las mejores decisiones para la ciudad. 


X:
El décimo libro de La República también hace referencia a la poesía y otras artes que se ocupan de la imitación. Sócrates afirma que la pintura y la poesía son artes que deberán estar excluidas de la sociedad ideal, pues no se acercan a la verdad. Sócrates explica a Glaucón qué es la imitación, para ello utiliza algunos símiles que denotan que Dios es el creador de la esencia de las cosas, luego, los seres humanos recrean los objetos dándoles forma, y los poetas y pintores se limitan a imitar las obras del artífice, no como son en esencia sino “tales como aparecen”. Sócrates desacredita todas las tragedias, comenzando por las de Homero, y afirma que son solo apariencias y no realidades, también critica a Homero, pues dice que por ser poeta no pudo ser hombre de provecho, alabado en una ciudad, guerrero, inventor o precursor de un sistema de vida. Sócrates excluye al imitador de su república porque afirma que los imitadores “no entienden nada del ser, sino de lo aparente”, y que la imitación es una “niñería” que aleja al ser humano de la razón. Todo arte imitativo insulta a los hombres de provecho, exalta los placeres amorosos, la cólera y lo cómico, por lo tanto, no podría ser admitido en la república a menos que se limite a crear himnos y alabar a los dioses.
Al final, Sócrates deja a un lado el tema del arte imitativo y se enfoca de nuevo en la justicia. Así, Sócrates termina por refutar el argumento presentado al principio por Glaucón y Adimanto sobre los hombres justos e injustos a través de la historia de un hombre que pudo ver las almas en el cielo y el infierno. De este modo, Sócrates concluye con la idea de que los hombres no pueden aparentar ante los dioses, y que, en caso de que un hombre injusto adquiera gloria, esto durará muy poco tiempo, sin embargo, su vejez será terrible, por otro lado, un hombre justo tendrá una vejez placentera y logrará cumplir todos sus deseos.
 
 

La poética – Aristóteles


A través de la obra “La poética” de Aristóteles se evidencia que en la Antigua Grecia la poesía englobaba toda la literatura, es decir, la escritura en verso era el status quo de la escritura y la interpretación teatral. Para que un autor sea calificado como poeta, era menester que escriba en verso, y que cumpla ciertos parámetros establecidos en cuanto a la forma de escribir y los temas a tratar. En el Capítulo I, Aristóteles explora la importancia de la mímesis en el arte, es decir, la imitación como una característica inherente del ser humano y del artista en particular. La poesía, entonces, se ocupa de imitar las acciones y obrajes de los seres humanos, ya sea cuando actúan en nombre de la virtud o del vicio. La dicotomía aristotélica entre la virtud y el vicio también se refleja en la literatura, y se relaciona a la tragedia directamente como la imitación de acciones virtuosas, mientras que la comedia se vincula a la reproducción de acciones banales. Para Aristóteles es primordial establecer “con qué medios, qué cosas y cómo” se produce la imitación, y son estas tres condiciones las que definen a un texto literario.
En el capítulo II, Aristóteles determina que la poesía se ha formado como arte por dos causas: la imitación como una característica que diferencia a los seres humanos de los animales, y el deleite que la poética causa en las multitudes, según Aristóteles, “todos se complacen con las imitaciones”, es decir, la producción literaria genera un goce estético en los lectores y espectadores. Aristóteles utiliza el Margites, la Ilíada y la Odisea de Homero para ejemplificar las diferencias entre la burla, que se ocupa de lo vulgar y es “el retrato de los peores”, y la tragedia, que retrata las acciones nobles y las aventuras.  Un elemento crucial en la literatura de la época era también era su representación teatral, por ello, Aristóteles ahonda en detalles como los actores y el coro. Al final del capítulo, Aristóteles delibera sobre la diferencia entre la épica y la tragedia, y concluye que la épica “es ilimitada en cuanto al tiempo”, mientras que la tragedia pretende relatar un acontecimiento que “no exceda mucho”.
El Capítulo III de La Poética se enfoca solamente en la tragedia, definida por Aristóteles como “representación de una acción memorable y perfecta”. Existen varios componentes principales que la tragedia debe tener, como el número, la consonancia, la melodía, la fábula, la melodía, el dictamen y el estilo. Para Aristóteles, la fábula es lo primordial en la tragedia, por tanto, hace una diferenciación entre principio, medio y fin en la obra trágica y estipula que la tragedia debe contener estos tres elementos ordenados adecuadamente. La proporción es otra de las exigencias que Aristóteles presenta como un requisito para que la tragedia sea deleitosa, es necesario “dar a las fábulas tal extensión que pueda la memoria retenerla fácilmente”. La tragedia también está estrechamente relacionada con acontecimientos históricos, pues muchas veces parte de la historia y la utiliza como materia prima, sin embargo, cabe resaltar que la tragedia no se debe ocupar de contar los hechos como ocurrieron, sino que el artista es libre de modificar la realidad y contar un acontecimiento de otra forma. Las tragedias también pueden partir de acontecimientos falsos siempre y cuando sean efectivas al imitar acciones de seres humanos. Adicionalmente, Aristóteles plantea que la tragedia necesariamente implica el cambio en la fortuna de un personaje, que no debe ser demasiado virtuoso o malvado, sino que su condición humana debe situarse entre estos dos extremos, y el infortunio debe haber sido ocasionado por “yerro disculpable, habiendo antes vivido en gran gloria y prosperidad”, Aristóteles también sugiere que la tragedia ocurra necesariamente entre dos personas relacionadas. Los personajes deben tener costumbres buenas, que cuadren bien con los personajes, y similares a las costumbres de la gente, y la obra debe tener un enlace que termina el momento que la mala fortuna comienza, y un desenlace que contiene el fin de la acción. Finalmente, Aristóteles reflexiona sobre el “modo de decir” dentro de la actuación, y más adelante hace algunas distinciones lingüísticas entre sílaba, verbo, conjunción, artículo y palabra. En conclusión, Aristóteles afirma que el estilo debe ser claro, mas no bajo ni ordinario, para lograrlo, es necesario emplear metáforas, diferentes dialectos, abreviaciones y prolongaciones. Es necesario evitar caer en lo que Aristóteles denomina “bararismo”, por ello, el discurso debe ser discreto y moderado, pero nunca vulgar.
El capítulo IV se aleja de la tragedia y se enfoca en la epopeya. Es imperativo que la epopeya trate temas heroicos en una longitud más extensa y con más elementos maravillosos, pues no será llevada al teatro sino solamente leída. De nuevo, Aristóteles alaba la obra de Homero como un excelente ejemplo de la epopeya ideal. El Capítulo V concluye que la mímesis poética puede imitar una realidad existente o “fingir cosas imposibles” y hace referencia de nuevo a la importancia de la metáfora en el lenguaje. Aristóteles plantea un ejemplo de metáfora para describir la estrella del Norte, “la cual sola no baña el océano, porque aunque otras tampoco se ponen, ésta es la más conocida”.  El último capítulo, en cambio, hace una comparación entre la tragedia y la epopeya en base a los juicios de valor emitidos en todo el texto, Aristóteles concluye que ambos géneros producen deleite y logran imitar, sin embargo, tienen algunas diferencias formales evidentes. 
 Comentario personal:
“[…] la poesía es obra del ingenio o del entusiasmo, porque los ingeniosos a todo se acomodan, y los de gran numen en todo son extremados”.- Aristóteles.
“La Poética” no se enfoca en interpretar ninguna obra ni encontrar el significado detrás de las palabras. Las abstracciones y metáforas no son un tema que concierne a Aristóteles, sino la descripción de la poesía. De este modo, toda la obra está llena de juicios de valor sobre qué es,  para Aristóteles una obra literaria meritoria. Sin embargo, sí existen muchos elementos formales  que ahora son considerados esenciales para el análisis de textos literarios en prosa o verso, y fueron expuestos por Aristóteles, por ejemplo la fábula u “ordenación de los sucesos”,  la extensión, la métrica, las palabras, etc. Aristóteles establece un sinnúmero de exigencias que la poesía debe seguir para poder entrar en los parámetros establecidos, no solamente sobre la forma de escribir sino también sobre los temas, sin embargo, cabe preguntarse de dónde provienen estas exigencias. Es evidente que dichos parámetros no son imposiciones de Aristóteles sobre cómo se debería escribir, sino mas bien son un reflejo de las obras canónicas de la época, como la Ilíada, la Odisea, Edipo Rey, Antígona o Electra. Toda esta poesía presentaba una posibilidad de deleite a través de lectura de los textos y la apreciación de las obras teatrales, pero también reflejaba las relaciones de poder de la época, las circunstancias sociales y factores culturales. El artista debe poseer habilidad para poder escribir virtuosamente, pues “aunque alguno acomode discursos morales, cláusulas y sentencias bien torneadas, no por eso habrá satisfecho a lo que exige de suyo la tragedia”. También es rescatable que Aristóteles mencionó la importancia de la mímesis para el ser humano, sin embargo, no como una mera imitación de hechos históricos o realidades cotidianas, sino con un componente esencial: la creatividad y la imaginación del poeta. 
Trabajos citados:
Aristóteles. Trad: José Goya y Muniain. (1964). El arte Poética. (J. G. Muniain, Trans.) Madrid, España.

Una Introducción a la Teoría Literaria – Terry Eagleton



Introducción: ¿Qué es literatura?
Antes de entrar en el mundo de la teoría literaria, Eagleton se ocupa de definir literatura. En primer lugar, Eagleton refuta la tesis de que literatura está relacionada con la imaginación y la producción de ficción, pues textos de autores como Bacon, Hobbes, Pascal, entre otros, entran dentro de la categoría de literatura a pesar de que no son escritos ficticios. Luego, Eagleton niega la distinción entre “artístico” e “histórico” como una forma de definir literatura, pues hay escritos como el Génesis Bíblico que para algunos es histórico, para otros artístico, pero no por ello cesa de ser literatura.
Más adelante, Eagleton propone que la literatura está definida “no con base en su carácter novelístico o “imaginario” sino en su empleo característico de la lengua”[1], es decir, lo que diferencia los textos literarios de otro tipo de textos es la forma en la que está escrito. En este sentido, Eagleton toma una definición propia del formalismo ruso, y se dedica a describir las características principales de esta corriente de crítica literaria. Según Eagleton, los formalistas niegan la relación de la literatura con la psicología o con la realidad social, y solo la consideran en términos de los recursos lingüísticos que contiene, esto significa que para que un texto sea literario, debe alejarse de un “lenguaje normal” y acercarse a lo poético en un contexto determinado. Eagleton también refuta esta hipótesis, pues hay muchos textos no literarios escritos con cantidad de metáforas, símiles, metonimias, y por tanto, con suficiente ingenio cualquier texto puede ser calificado de literario.
Finalmente Eagleton objeta la definición de la literatura como un discurso no pragmático, y deduce que aunque muchas obras sí fueron construidas para ser consideradas como literatura, a otras se les designó un carácter literario, es decir, un texto se define como literario o no dependiendo de cómo lo trate la gente. El fin pragmático o poético de un texto está determinado por la lectura que se le dé y por los juicios de valor que sobre él se emitan. Así, Eagleton no establece una definición única de literatura, sino que explora las diferentes acepciones de la palabra para por último concluir que la subjetividad e imprecisión del término es vasta. Eagleton define al término literatura como uno inestable, por ello,  indaga en la importancia de las ideologías (modos de sentir, evaluar, percibir) al interpretar textos literarios y afirma que todo texto se reescribe, no solo por diferentes sociedades sino en cada lectura personal, pues cada lectura está cargada de diferentes valores. 

Capítulo I: Ascenso de las Letras Inglesas
En el primer capítulo de “Una Introducción a la Teoría literaria”, Eagleton se enfoca en la literatura del siglo XVIII y XIX en Inglaterra. En un principio, la literatura abarcaba todos los textos que reflejaban valores de la alta sociedad, sin embargo, en el período romántico, se redujo la categoría de literatura a las obras “imaginativas” o “de ficción”. Autores como Blake y Shelley dotaron a la literatura de un componente ideológico, pero con el paso del tiempo el escritor romántico se alienó de ideales políticos y “el arte […] fue elevado al rango de fetiche solitario”[2]. A la par emergieron conceptos como el símbolo y la experiencia estética en obras de autores como Schiller o Kant, estos conceptos fusionaron el carácter material y espiritual de la literatura, por lo que resultaba innecesario formular investigaciones críticas.
A fines del siglo XIX, la literatura volvió a politizarse como una respuesta al fracaso de la religión. La religión ya no era un vehículo efectivo de control ideológico, “ya no conquistaba el corazón y la mente de las masas”[3], por lo que emergió la literatura como un discurso alternativo para proporcionar valores ideológicos comunes y unificar a las clases sociales de Inglaterra, la literatura inglesa, según Matthew Arnold, debía educar a la clase media e incorporar a la clase trabajadora para evitar que caigan en extremismos ideológicos y frenar la acción política colectiva. “Igual que la religión la literatura opera fundamentalmente a través de las emociones y de la experiencia”[4], por lo tanto podía transmitir verdades indiscutibles y proporcionar a las masas experiencias, viajes a través del tiempo y del espacio, que sin un libro no podrían conseguir. Así, las letras inglesas como una asignatura empezaron a enseñarse en institutos para trabajadores y gradualmente en las universidades, sin embargo la literatura era considerada como una asignatura exclusiva para mujeres.
Durante la Primera Guerra Mundial, la literatura inglesa sirvió también para transmitir valores de identidad nacional, y fue así como empezó a institucionalizarse en Oxford y Cambridge, sin embargo, después de la guerra, la asignatura literaria quedó en manos de “hijos de la pequeña burguesía provinciana”[5] como Leavis, Richards y Emerson, que se encargaron de enaltecer los estudios de literatura inglesa a través de la creación de “Scrutiny”. Las letras inglesas tenían la misión de  reorientar Inglaterra a una sociedad orgánica como la del siglo XVII, contra los crecientes valores del capitalismo, es así que “Scrutiny” trazó un nuevo mapa delimitando la literatura inglesa  a algunos autores y marginando a otros. Entre los logros más importantes de “Scrutiny” estuvo también la inserción de estudios culturales en instituciones, presentando un discurso antagónico a la cultura de masas y la publicidad de la sociedad industrial. Eagleton califica a “Scrutiny” de una publicación “irremediablemente elitista”[6], pues sostenía la tesis de que la literatura formaba personas moralmente superiores y excluía a las masas populares de este conglomerado de personas, diferenciaba el “verdadero inglés” de otros tipos de lenguaje y exaltaba la “anglicidad” literaria producida por ciertos autores.  
A la par emergió T. S. Eliot, que construyó otro mapa literario y criticó la disociación del pensamiento y sensibilidad en la literatura inglesa. Eliot también se declaró en contra del “liberalismo, romanticismo, protestantismo, individualismo económico, dogmas pervertidos”[7] y abogaba por el regreso a la tradición. Para Eliot, era requisito que un texto literario sea parte de la tradición para poder ser denominado Literatura “con mayúscula”. Eliot era un irracionalista de derecha que despreciaba la importancia de la temática de un texto y su interpretación, lo que realmente importaba para él era el vínculo de la lengua con la experiencia. Junto con personalidades como Pound, Lawrence, Eliot consideraba necesario virilizar la poesía con un lenguaje más adecuado. Al mismo tiempo el grupo de “Scrutiny” planteó el concepto indefinible y absoluto de la Vida como el fin último de la literatura, sin embargo, encerraba una visión de hostilidad contra la educación popular.
Leavis y otros críticos de “Scrutiny” proponían analizar los textos con un enfoque de crítica práctica y lectura analítico-interpretativa, es decir, interpretar un texto aislándolo completamente de su contexto histórico y social. Leavis, por su parte, consideraba la literatura como una forma de dar sudorespuestas a las preguntas planteadas por la ciencia y conocer los pensamientos del lector. En base a estos principios, surgió la Nueva Crítica norteamericana, que enalteció la importancia de la sensibilidad y calificó a la literatura como una nueva religión. Para la Nueva Crítica norteamericana, un poema es indivisible, contiene la realidad en sí, y “no puede ser parafraseado, ni expresado en ninguna lengua que no sea la de él mismo”[8]. La Nueva Crítica consideraba a un texto como una unidad orgánica separada del autor y del lector, un poema era un “objeto que se basta a sí mismo, tan sólido, tan material como una urna o un ícono”[9], muy poco importaba la intención del autor y la recepción del lector. Bajo estos baluartes, la Nueva Crítica pretendía profesionalizarse como las demás disciplinas académicas y logró insertarse como disciplina académica en las universidads Ivy League. William Empson era parte de la corriente de la Nueva Crítica, sin embargo, algunas de sus ideas se contraponían a ella, por ejemplo, Empson consideraba la obra literaria como “abierta, adaptble” más que como una unidad orgánica, La poética de Empson es liberal, social y democrática”[10].

Comentario personal:
“Cualquier cosa puede ser literatura, y cualquier cosa que inalterable e incuestionablemente se considera literatura -Shakespeare, pongamos por caso— puede dejar de ser literatura”.- Terry Eagleton.
La literatura es una asignatura que se enseña en las escuelas primarias, secundarias, y universidades alrededor del mundo. A pesar de que no existe una definición única de la literatura, ninguna clase dedica mucho tiempo en analizar qué es la literatura. Muchas veces, el profesor utiliza una sola clase para dar una lista de definiciones de términos como “novela”, “cuento” y “literatura”, sin embargo, son pocas las ocasiones en las que se nos introduce al contexto histórico de la literatura y los fines a los que ha respondido a lo largo del tiempo. Revisando mis anotaciones de las diferentes clases de literatura que he tomado, encuentro descripciones rigurosas de cada género literario, cada uno de ellos con ejemplos, encuentro qué es la elegía, el himno, el cuento, la novela y una definición de literatura en una oración: “el arte de crear a través de la palabra” o “Arte que emplea como medio de expresión una lengua[11].
Muchas veces damos por sentado el significado de literatura y nos limitamos a leer e interpretar textos. En este sentido, el texto de Eagleton desafía los conceptos tradicionales de literatura y nos muestra todo lo que la literatura podría ser, Eagleton no establece un concepto único sino que abraza a todas las acepciones de literatura y nos muestra por qué cada una de ellas es correcta e incorrecta a la vez. Así, nos damos cuenta que la literatura es un término subjetivo y que no solo depende de los valores de la época o de la corriente que la analice, sino de los valores del lector y de la forma de percibir un texto.
A través del segundo capítulo, Eagleton demuestra que la literatura, como todas las ciencias, responde a intereses concretos. Las obras literarias no se producen en un vacío, sino que se dan como una respuesta al poder político o como una forma de conservarlo. Para un aficionado a la literatura, esto puede resultar decepcionante, pues no es ideal pensar en la literatura como una herramienta de control social o de movilización de masas. A través de estas ideas, el texto de Eagleton nos invita a pensar en la literatura en términos de relaciones sociales y de poder. Toda mi vida he pensado en la literatura como una forma de escapar de la realidad, de explorar otras vidas a través de la palabra, de encontrar un viaje al alcance de mi mano, por eso, cuesta aceptar que a lo largo de la historia este no haya sido el único fin de la literatura.
En una época en la que resulta difícil encontrar gente que comparta una pasión por la literatura, resulta más difícil romper esquemas mentales sobre la obra literaria que me han acompañado a lo largo de toda mi vida, así me he dado cuenta que de la misma forma en la que  he pensado en la literatura como una forma de desafiar al status quo, también puede ser considerada como una forma de promover ciertos valores y dejar a un lado otros. Pensar en el arte como una forma de ejercer poder nos invita a cuestionarnos a qué intereses responde lo que leemos, no como un ejercicio sistemático sino autocrítico.
El texto de Terry Eagleton también expone las primeras corrientes de crítica literaria en el mundo inglés, así vemos como la literatura ha sido interpretada de diferentes formas y utilizada con diferentes fines. En el texto vemos el proceso a través del cual tiene que pasar la literatura para finalmente poder llegar a ser considerada una disciplina seria, digna de ser estudiada en la academia, y exploramos también las discrepancias que se generan alrededor de cómo analizar una obra.


[1] Eagleton, Terry. Una introduccion a la teoria literaria. Buenos Aires: Fondo de Cultura Economica. 1998. Página 5.
[2] Ibíd. Página 17.
[3] Ibíd. Página 18.
[4] Ibíd. Página 21.
[5] Ibíd. Página 23.
[6] Ibíd. Página 26.
[7] Ibíd. Página 28.
[8] Ibíd. Página 33.
[9] Ibídem. Página 34.
[10] Ibíd. Página 36.
[11] Real Academia de la Lengua. Definición de Literatura (2015)