ENSAYO FINAL El recién llegado – César Dávila Andrade: Análisis Marxista


            “El recién llegado” narra la historia de José Nosequién, un hombre-perruno que en su vida pasada había sido un fox terrier de una literata inglesa. Después de quinientos años, José Nosequien reencarnó en un ser humano, pero su madre lo abandonó al destino y así fue a parar en el barrio de las curtiembres. José Nosequién fue a lo largo de su vida un hombre fiel, tierno y servicial, que mezclaba su experiencia humana con muchas de las costumbres que tenía quinientos años atrás, cuando era un perro. Al final de la historia, José se encuentra con una joven inglesa que lo reconoce como “Litle”, él se llena de júbilo y huye del barrio donde creció. Este cuento se divide en dos apartados, el primero, que describe brevemente la infancia de José y el segundo, que describe una etapa de su vida adulta y que cuenta la anécdota de su escape. El cuento “El recién llegado” de César Dávila Andrade puede ser analizado desde varios enfoques teóricos, este análisis pretende enfocarse en el marxismo, no sin mencionar también elementos formales y de estructura dentro de la obra.
            El inicio del cuento no comienza narrando la vida de José Nosequién, no da al lector un escenario claro de cómo ocurrieron los hechos, la cronología no es ordenada. El narrador –omnisciente– sitúa al lector en medio de una tenería donde un personaje mete una mosca entre sus labios y después de disfrutar del aleteo del insecto en su boca, lo escupe. Es decir, Dávila Andrade introduce al lector en medio de una acción, pero no le da sentido en un principio, no es sino después de leer varias líneas del cuento, que el lector se da cuenta de que el personaje principal fue un perro en su vida pasada. El primer apartado del cuento es confuso, pues no sabemos si se trata de la descripción de un niño con actitudes animalescas, o de un animal. Lo primero que dice José Nosequién es “Patrón, yo…aquí”[1], al emplear la palabra patrón, se evidencian las primeras relaciones de poder dentro del cuento. El zapatero, que es el patrón, es superior al niño, por tanto, siguiendo la línea de la teoría marxista, el niño le debe su mano de obra. La palabra “patrón” ya implica que el niño se sabe inferior por haber nacido “humilde, tontuelo, puro, desinteresado, leal, nosequién”[2].
Más adelante, el narrador describe el aspecto físico del personaje, dejando aún más confundido al lector, pues utiliza adjetivos correspondientes a la apariencia de un animal para describir a un humano, una persona que habla y trabaja como un humano, pero que tiene dotes de un perro: su rostro parecía estar hecho de “trapo viejo, de viejas espumas sucias”[3], su nariz era chata y húmeda, su boca ancha, su lengua roja y salival, su frente pequeña, sus ojos brillantes y saltones, sus cejas “hechas de un polvillo borreguil”, sus orejas pequeñas y con la punta hacia atrás. Todo indica que, inclusive a través del aspecto, José Nosequién de cierta forma, sigue siendo un perro. Un perro de paso corto y saltarín, que cuando se llena de alegría, salta jubilosamente, pero cuando se asusta, se esconde detrás de su amo. Un perro, que haría todo lo que está a su alcance para ganar la simpatía de su amo, para congraciarse con él, muy similar a lo que ocurre en los modos de producción, donde la clase oprimida acepta su condición inferior, pero pasa toda su vida trabajando para eventualmente ascender y convertirse en la clase opresora. En la siguiente escena, José Nosequién ve a un militar retirado, y con miedo, se ampara detrás del zapatero, su patrón. Según el narrador, se trata de un miedo justificado, que seguramente se explica a través de alguna experiencia en su vida anterior. Es aquí cuando el protagonista pronuncia las palabras “¡Usted delante, patrón…yo nada!”[4], “Yo nada” se convierte en una suerte de leitmotiv en la obra, y representa la forma más explícita de asumir inferioridad. Al poner al patrón delante de sí, y decir que él mismo no es nada, no solo se expresan las relaciones de poder, sino que se crea una estructura donde él admite que va detrás, y no tiene la intención de ir delante, porque no solo es “nadie”, sino que es “nada”, no existe, no pertenece y no se identifica.
Hasta este punto de la narración, el lector todavía desconoce la identificación del personaje principal, pero en el primer párrafo del segundo apartado se explica la ascensión de Nosequién del mundo animal al mundo humano, la transformación de “Litle” a “José”. El narrador introduce conceptos del buddhismo zen en un párrafo donde se divisan la mayor cantidad de relaciones estructurales de poder entre el humano y el animal, pero sobre todo, entre humanos. Es ahí cuando comprendemos que el mismo protagonista, joven tierno y humilde, pero oprimido, fue en su momento un fox terrier distinguido, privilegiado, “de propiedad de una bella literata inglesa, del Condado de York”[5]. Cabe resaltar que la bella inglesa, era literata, es decir, tenía acceso al elemento superestructural de la cultura, mientras tanto, el zapatero, nuevo patrón de José, no parece tenerlo. Vemos así que la cultura no es para las masas, sino para una selecta clase aristocrática, el acceso a la cultura es entonces un privilegio. También es posible contrastar el estilo de vida que llevaba el mismo personaje quinientos años atrás, como un perro, y en el momento de la narración, como un hombre, peón de los deseos de quienes lo rodean. José nació desdichado, su madre era una “pobre idiota que al desembarazarse de él, le había acunado como expósito en un basurero”[6], la misma madre biológica de Nosequién era un ser perteneciente a las masas que ni siquiera tuvo los recursos suficientes para mantener a su hijo. Ahora bien, el narrador expone estas relaciones de poder a través de conceptos espirituales, y justifica la desdicha del niño con una explicación religiosa. Si en la otra vida, José Nosequién no había sido más que un perro, no se puede esperar que ascienda al Grupo Humano como un niño rico, su condición de pobreza y marginalidad se justifica así. Para el marxismo, esta es una expresión superestructural de las bases, es decir, la espiritualidad funciona como una superestructura para justificar la desigualdad estructural, cimiento del modo de producción vigente.
Un jueves, el niño apareció en el barrio de las tenerías y los niños de la vecindad lo nombraron José, “aun cuando sea”[7], José Nosequién. Le ponen José, un nombre común y silvestre, y Nosequién, un apellido que en vez de determinar pertenencia a alguna familia, a algún grupo social, lo margina de todo el mundo. Entendemos entonces que el niño creció haciendo mandados de los adultos y jugando con los niños, enseñándoles a vivir sin preocupaciones como un perro, pero siendo siempre fiel –cualidad por excelencia de los canes– al barrio de las curtiembres. En la escena final, José Nosequién ve a la joven y hermosa mujer inglesa y reconoce en ella a su ama, José le gruñe cariñosamente y salta, “como quinientos años atrás”[8], le lanza un lamido en el cuello y ella lo reconoce, José, por un instante, vuelve a ser Litle, porque así lo definen. José desaparece del barrio de las tenerías, huye, y de esta forma, se termina por liberar de todo lo que lo identificó en esa vida. Se rebela contra las relaciones de poder que lo determinaban y huye. Así, la oposición binaria humanidad vs. No humanidad/animalidad, es desafiada por José Nosequién, que vive en el limbo de esta oposición.  José Nosequién no puede jactarse de tener una condición humana, pero tampoco es un animal, es ambos, pero a la vez, no es ninguno.

Referencias:
Dávila Andrade, C. (1984). Obras Completas RELATO. Quito: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Sede en Cuenca, Banco Central del Ecuador.



[1] (Dávila Andrade, 2012). Página 139.
[2] Ibíd. Página 141.
[3] Ibíd. Página 139.
[4] Ibíd. Página 140.
[5] Ibíd. Página 141.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd. Página 143.

Un cuerpo extraño – César Dávila Andrade: Análisis Teoría poscolonial



La teoría poscolonial se opone a los esencialismos, a las totalidades. Se cuestionan así los roles establecidos en la sociedad, ya sean roles de clase, roles de género, de etnia, etc. Para las teorías poscoloniales, no existen oposiciones absolutas o jerarquías estrictas, todo es cuestionable. El cuento de César Dávila Andrade es también un desafío a lo establecido, un cuestionamiento al status quo.  “Un cuerpo extraño” trata de la historia de un hombre entregado a Cristo con un personaje, Mireya, que busca en él abrigo y amor. Al principio, el cuento narra brevemente la búsqueda de Dios por parte del hombre y la aparición de un cuerpo extraño que le dice “Desencántate una vez más”[1], le pide alejarse de Dios y amarla. Más adelante aparece Mireya que le pide al hombre posada, “solo usted puede salvarme”[2], le dice la mujer. Él durante dos días le dejaba provisiones por la mañana y regresaba a las diez de la noche, cuando ella ya debía estar dormida, y la escuchaba divagar sobre un ángel y un monstruo. Al tercer día el hombre encuentra un anuncio de búsqueda de Mireya. El hombre va a la dirección indicada y encuentra al esposo de Mireya y lo lleva a su casa. Antes de que el esposo entre, Mireya le confiesa su amor al sacerdote, pero cuando el esposo entra, ella se irrita y se va con su esposo, sintiéndose traicionada.
Existen muchas ambigüedades a lo largo de la obra, la primera cuando aparece por primera vez un cuerpo extraño, y le pide abandonar la vida dedicada a Dios para amarla. Luego le dice “¡Vuelve a tu terrible Dios!”[3]. ¿Cuál es la intención del cuerpo extraño?, ¿Quién o qué es este cuerpo?, ¿Es una aparición anticipada de Mireya, un sueño, una premonición? Nada de esto está claro. El título “Un cuerpo extraño” no evoca una imagen concreta sino que es a su vez sumamente ambiguo, vemos así que este cuento no presenta verdades absolutas sino que deja un gran espacio a la interpretación. El cuerpo es extraño, fuera de lo normal, fuera de lo que él está acostumbrado a ver, pero desconocemos si se trata de un hombre o de una mujer. Luego, cuando Mireya llega, comienza a tratar al hombre de “hermano”, ¿tiene esto alguna relación con el principio del cuento, cuando el narrador y protagonista menciona su relación con “fraternidades secretas”[4]? Probablemente sí, e inclusive luego nos damos cuenta que ambos formaron parte de esta fraternidad, este grupo indefinido de individuos. A lo largo de la obra, Mireya y el hombre se dicen “hermanos” entre sí, dejando al lector confundido, pues el hombre llega a sentir deseos sexuales por ella, y ella al final le confiesa su amor diciéndole “¡Hermano mío, amor mío!”[5]. El narrador describe a Mireya como un SER singular y desdichado, con labios pálidos, nariz fina, una gran frente y una barbilla cuadrada desagradable. Para el narrador, Mireya es una mujer fea, y ella misma se define de esa forma. Tal vez los rasgos de Mireya disgustan al narrador por ser rasgos masculinos. Pocas veces el hombre se refiere a ella como una mujer, y se la define más bien como alguien extraño, un alma hermana.
El cuento juega también con la idea de la pureza, ella se define a sí misma como pura, y le dice al protagonista que ella pretende dejarle un recuerdo puro. ¿Qué es exactamente esta pureza? ¿Virginidad, bondad, amor, “desnudez”? No sabemos. De cierta forma, la presencia de Mireya llegó a purificar la morada del sacerdote con los cuidados que ella le dio a la casa.  También se establece una dicotomía entre monstruo (Ignacio, el esposo) y ángel (Protagonista), Mireya huye del monstruo y va en busca de salvación a través del ángel, ella pretende que el ángel vaya a ella, que haga arder su cuerpo, que aleje a la bestia. Esto no ocurre, pues ella vuelve con el monstruo y abandona al ángel a su suerte.  El cuento nos deja más preguntas que respuestas, pero sí deja claro que no hay una sola verdad, una sola interpretación, una sola Mireya. Un cuerpo extraño nos permite abandonar las totalidades de religión y de género. Al principio, con la aparición del cuerpo extraño, y al final, con la declaración de amor, Mireya le pide al hombre que abandone el totalitarismo de la religión, y que haga de él/ella su nueva esencia.
Referencias:
Dávila Andrade, C. (1984). Obras Completas RELATO. Quito: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Sede en Cuenca, Banco Central del Ecuador.


[1] (Dávila Andrade, 1984). Página 157.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd. Página 163.

Ahogados en los días – César Dávila Andrade: Análisis Posestructuralista



El cuento “Ahogados en los días” trata sobre la conversación entre un hombre y un mendigo –Bachiller Asurero–. “Estoy sin escafandra, amigo. Regáleme una pesetita”[1], así comienza la charla entre el narrador y el ahogado en los días, que pocos segundos antes estaba pidiendo socorro. La conversación se reduce al mendigo divagando, contándole al hombre que ha vivido cien vidas después de haber estudiado filosofía. Se nota que el mendigo conoce a filósofos como Aristarco, Empédocles, Heráclito. El mendigo inclusive llegó a actuar de Dios en una ceremonia. Luego, el narrador hace algunos juicios sobre el Asurero “Este es el hombre que siempre tiene un agujero en los pantalones, a través del cual se coge el piojo que le merienda la ingle”[2], lo define como un vago. Al final el mendigo termina con la reflexión de que todos los hombres estamos ahogados en los días, en los años, en los siglos, y que Dios es el cómplice. El mendigo dice ser el testigo de muchos ahogados, pero él mismo se niega a ser uno de ellos, “yo vivo en la orillita…”[3]. Por último Asurero le devuelve al hombre la moneda y se marcha.
Probablemente el condumio de la obra es la conversación entre los dos, cargado de contenido social e histórico. La oposición binaria más clara en la obra es la pobreza del hombre vs. la realidad que él mismo describe. Para el mendigo, hay hombres “Hinchadotes de vida”[4] que pasan sin dar medio a nadie, indiferentes a la desigualdad, a la condición del otro. Al mismo tiempo Asurero es un hombre de muy escasos recursos, que se cubre con una camisa sucia y que “anda con un pie calzo y otro descalzo, sintiéndose dividido en climas como la Tierra”[5]. No sabemos si Asurero es un hombre loco o cuerdo, aunque sus aseveraciones son bastante extrañas, sin embargo, es evidente que la miseria lo rodea. Esto se contrapone con la realidad que viven los escribanos, los curas, los curnudos, las viejas putas, todos los ahogados en los días. La pobreza y la riqueza son los extremos, dos realidades diferentes pero dependientes entre sí, si una de ellas corre peligro, la otra también. La jerarquía entre esta oposición sitúa a la riqueza por encima de la pobreza, sin embargo, esta jerarquía también es cuestionable, pues en este caso, la miseria le ha dado a Asurero experiencia, vidas, sabiduría, revelaciones.   
Referencias:
Dávila Andrade, C. (1984). Obras Completas RELATO. Quito: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Sede en Cuenca, Banco Central del Ecuador.


[1] (Dávila Andrade, 1984). Página 153.
[2] Ibíd. Página 154.
[3] Ibíd. Página 155.
[4] Ibíd. Página 154.
[5] Ibíd.

Dialéctica del Iluminismo – Max Horkeimer & Theodor Adorno



Resumen: 

El iluminismo nació confiado en el progreso, en la ciencia, y en la posibilidad de que el ser humano dominara la naturaleza y a los otros seres humanos. Para ello tenía que eliminar cualquier resabio de pensamiento mágico-religioso anterior. Saber, poder y ciencia están interrelacionados. Pero se trata de un saber técnico, instrumental. El iluminismo se despojó de una mirada crítica o autoconsciente. Persiguió como superstición –lo cual contradice su vocación cientificista- la pretensión de verdad de los universales, por ello el iluminismo es totalitario.
El iluminismo ha proyectado la subjetividad humana sobre la naturaleza. El ideal del iluminismo es el sistema, dentro del cual se deduce todo. El número se convierte en canon del iluminismo y en la sociedad burguesa todo es equiparable. Los propios mitos son refuncionalizados a una concepción que divide el logos de la masa de la cosas. Y los dioses y los hombres se asemejan cada vez más como amos de todo. El mito perece en el iluminismo y la naturaleza en la pura objetividad. La ciencia universal, que se separa de los objetos, ha sustituido definitivamente a la magia, la cual nunca intentó dominar al mundo, pero sí la ciencia.
Así, mientras los mitos cumplen una obra iluminista, el iluminismo se hunde en la mitología puesto que la explicación de todo acaecer como repetición que el iluminismo sostiene contra la fantasía mítica, es el principio del mito. El iluminismo destruye lo inconmensurable. El iluminismo implica una constricción social que se evidencia en el fascismo y nazismo.
La separación del objeto y sujeto, premisa de la abstracción se funda en la separación del amo respecto de la cosa que logra gracias a su servidor. El concepto es un producto del pensamiento dialéctico puesto que cada cosa es lo que es solo en la medida en que se convierte en lo que no es. En el lenguaje se produce también una división del trabajo, como signo la palabra pasa a la ciencia y como sonido e imagen a todas las artes. Pero aún el arte, a través de sus técnicas, se ha lanzado a la ciencia positivista.
Reforma y contrarreforma fueron la realización del principio de la fe, que se convierte en la astucia de la modernidad. Y en el siglo XX su irracionalidad se transfigura en racionalidad de los iluminados que conducen a la barbarie –nazismo-. La colectividad y el dominio se imponen como opresión de la sociedad. En la imparcialidad del lenguaje científico la impotencia ha perdido su fuerza de expresión. El iluminismo identifica el pensamiento con las matemáticas.
No es la realidad la que carece de esperanza sino el saber que se apropia de la realidad como esquema y así la perpetua. Se provoca un extrañamiento del hombre con las cosas, con otros hombres y consigo mismo. La minoría que manda garantiza la supervivencia del todo. El trabajo humano se ha alejado también del mito para recaer en el poder del dominio. El trabajador
reproduce con su propia vida la vida del opresor, que no puede salir ya de su papel social. El goce artístico y el trabajo manual se separan a la salida de la prehistoria. El propietario está alejado de la cosa porque no la trabaja y los trabajadores  a su vez no pueden gozarla porque tienen restricciones.
Aún en el socialismo se ha creído que la relación de la necesidad con el reino de la libertad sería puramente cuantitativa, mecánica, y la naturaleza, alienada, se convertiría en totalitaria y terminaría por absorber a la libertad junto con el socialismo.
La industria cultural: La civilización actual concede a todo un aire de semejanza. Film, radio y semanarios constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí y todos entre ellos. La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter forzado de la sociedad alienada de sí misma. La constitución del público, forma parte del sistema y no lo disculpa. . Las diferencias de valor preestablecidas por la industria cultural no tienen nada que ver con diferencias objetivas, con el significado de los productos. También los medios técnicos tienden a una creciente uniformidad recíproca. Para el consumidor no hay nada por clasificar que no haya sido ya anticipado en el esquematismo de la producción. En la industria cultural confirmar el esquema, mientras lo componen, constituye toda la realidad de los detalles. La industria cultural trata de la misma forma al todo y a las partes. El mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cultural. La atrofia de la imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural contemporáneo no tiene necesidad de ser manejada según mecanismos psicológicos. La industria cultural, a través de sus prohibiciones, fija positivamente -al igual que su antítesis, el arte de vanguardia- un lenguaje suyo, con una sintaxis y un léxico propios.
El estilo de la industria cultural, es al mismo tiempo la negación del estilo. La conciliación de lo universal y lo particular, regla e instancia específica del objeto carece de valor porque no determina ya ninguna tensión entre los dos polos: los extremos que se tocan quedan traspasados en una turbia identidad, lo universal puede sustituir a lo particular y viceversa. El concepto de estilo auténtico queda desenmascarado en la industria cultural como equivalente estético del dominio. En toda obra de arte el estilo es una promesa , la pretensión del arte es siempre también ideología.
La industria cultural, en suma, absolutiza la imitación. Reducida a puro estilo, traiciona el secreto de éste, o sea, declara su obediencia a la jerarquía social. El sistema de la industria cultural surgió en los países industriales más liberales. Las masas tienen lo que quieren y reclaman obstinadamente la ideología mediante la cual se las esclaviza. La totalidad de la industria cultural consiste en la repetición. La industria cultural sigue siendo la industria de la diversión. De tal forma la cantidad de la diversión organizada se transfiere a la calidad de la ferocidad organizada. El placer de la violencia hecha al personaje se convierte en violencia contra el espectador, la diversión se convierte en tensión. La industria cultural defrauda continuamente a sus consumidores respecto a aquello que les promete. El principio impone presentar al consumidor todas las necesidades como si pudiesen ser satisfechas por la industria cultural, pero también organizar esas necesidades en forma tal que el consumidor aprenda a través de ellas que es sólo y siempre un eterno consumidor, un objeto de la industria cultural.